La semana que hoy comienza viene marcada por dos hitos. El Referéndum en Inglaterra y las elecciones en España. Parece que nos caen lejos los argumentos a favor y en contra de la permanencia de los ingleses en la U.E. He sido testigo directo en la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, durante los últimos cuatro años, de las posiciones de nuestros colegas. Resumiendo mucho diría que aman la libertad, se encuentran cosificados por la creciente burocracia europea, son adalides de la defensa de los derechos humanos y les queda una cierta grandeza de su dominio Imperial en siglos pasados. Todo esto no es ajeno al resto de países. Los españoles llegamos a la U.E. con el ánimo de construir una gran Europa y sobretodo preservarnos de totalitarismos y enfrentamientos pasados. Pronto nos invadió el sentimiento de confort que proviene de saberse apoyados, también exigidos, dirigidos pero con cierta libertad de acción. Europa se enfrenta, en unos momentos de grandes cambios globales, a su modelo ideal de convivencia y crecimiento económico. Desea ser única, irrepetible, salvadora, protagonista… y se encuentra con una competencia tremenda por parte de los nuevos actores mundiales. No solo es EEUU, ahora pesa y mucho China, la India, Rusia y algún que otro país de Latinoamérica.
La falta de definición de Europa, que es y a donde va, es lo que lleva a Inglaterra a plantearse su permanencia. Es difícil reconocer a la Europa de hoy con la que diseñaron sus fundadores. Me atrevería a decir, que la misma Francia, sino fuera por las tremendas reformas que tienen pendiente de aplicar, estaría pensando en su particular pertenencia a la U.E. He podido comprobar cómo crece un desapego real, día a día, de la Sociedad francesa a todo lo que significa intervencionismo y pérdida de soberanía nacional. Quizá Alemania, mientras continúe Merkel, está curada de estas veleidades habida cuenta de lo que ocurrió en la primera mitad del siglo pasado con las dos grandes guerras.
Cabe una nueva redefinición del papel a jugar por las naciones en el contexto europeo. Faltan líderes que vean más allá de las circunstancias actuales el futuro del mundo. Enfrentamientos internos por aplicación de políticas en inmigración, en políticas de austeridad, de familia, de justicia, de defensa de los derechos humanos… Toda una amalgama de asuntos, que puede hacer descarrilar un Proyecto que es tan necesario como bueno para el conjunto de los ciudadanos de la vieja Europa.
El mundo global no tiene la dependencia que ayer tuvo de Europa. Incluso los EEUU han perdido cierta capacidad de influencia. Las economías emergentes han hecho variar el eje de decisión hacía Oriente. Europa tiene una dimensión óptima para encarrilar sus políticos; ni demasiado grande, ni demasiado pequeña. Mantenemos, todavía, la fortaleza moral de haber llevado la democracia, los derechos humanos, el bienestar económico, la cultura, la fe… a millones de personas de otros territorios de los cinco continentes. ¿Cómo podemos tirar todo ese bagaje por la borda?
Desde Santiago de Compostela, en 1989, el papa Juan Pablo II, hoy San Juan Pablo, lanzó a la vieja Europa, un grito lleno de esperanza: “Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes”. Se podrá decir que han pasado muchos años, Sí, pero el mensaje, desde mi punto de vista es actual. O Europa se reencuentra con sus valores auténticos, los que la hicieron reconocible, fuerte y generosa con otros pueblos de la Tierra o llegará a desaparecer como tal.
El Referéndum Británico es un síntoma más de la enfermedad que nos afecta. Merece la pena hacer un parón en el camino y analizar en profundidad cuales son nuestros objetivos para seguir unidos. Ver el alma de Europa y desde allí reconstruir las políticas económicas, sociales y culturales. Restaurar el coraje, la juventud y buen hacer de lo que ha sido Europa y sus naciones durante los últimos siglos. Los tiempos nuevos necesitan de políticas nuevas. Siempre que no se renuncie a la raíz de lo que somos. El resultado de no hacerlo es el mismo de toda empresa que renuncia y pierde la referencia a sus valores de origen, a su misión y a su destino. De hecho, el Referéndum británico tiene cierta conexión con el crecimiento de los populismos en Europa: hastío y falta de referentes de líderes que sepan enfrentarse a situaciones muy complejas desde la sinceridad y los valores que nos han traído hasta aquí.
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