El Día de Aragón, festividad de San Jorge, coincide con una de las fechas más literarias del año, el Día Internacional del Libro, y nunca deja de sorprenderme esa coincidencia, por el papel que juegan como personajes de la literatura universal los dragones y los héroes que los combaten -y, casi siempre, vencen, no sólo en el relato hagiográfico de San Jorge, sino en los mitos de todo el mundo y en los cuentos maravillosos-. En la misma fecha del 23 de abril se conmemora la muerte de Miguel de Cervantes, y de ello resulta otra sorprendente coincidencia porque, si me apuran, ¿no es acaso también Don Quijote un heroico jinete en eterna lid contra ese dragón de múltiples cabezas que son los «entuertos» de su época? Tal vez por esta confluencia de elementos literarios sacros, profanos y mundanos es ya costumbre que entre los festejos de la Casa de Aragón en Madrid por San Jorge se incluyan varios actos literarios: el primero, y quizás más importante, es la entrega de premios del concurso en las categorías de microrrelato, que este año ha recaído en el titulado “El retrato del abuelo” de Alberto Jesús Vargas Yáñez , relato, que ha sido para “Callar” de Alberto de Frutos Dávalos, y poesía, cuyo ganador, Ildefondo Trallero Masó, concursaba con el poema titulado “Otro otoño”. Como miembro del jurado que he sido para las tres categorías debo decir que la calidad de los trabajos presentados hizo realmente difícil seleccionar un ganador único de entre los tres finalistas previamente determinados para cada género. El segundo, sin duda el más lírico y emotivo de este año, fue el recital “En las ramas de la arboleda perdida” que el actor José Luis Pellicena hizo sobre poemas de Rafael Alberti. El tercero de los actos literarios que el presidente de la Casa de Aragón, José María Ortí Molés, viene promoviendo por estas fechas en coordinación con la escritora y representante de la Asociación Aragonesa de Escritores Blanca Langa, es la Copa de Letras que ha cumplido en esta ocasión su octava edición en Madrid, con la intervención de las escritoras María Hernando de Larramendi, Lucía Santamaría, y Elena Gusano quien, haciendo honor a la Casa anfitriona, hizo las delicias del público con un cuento relatado en habla aragonesa. Los rasgos característicamente arcaicos del aragonés, los dragones y los héroes de otras épocas que se atrevieron con ellos, me trajeron a la mente los legendarios tiempos en los que Aragón fue territorio celta, lo que está desde los años 70 acreditado por, entre otros descubrimientos, el de los cuatro “Bronces de Botorrita” del siglo I a.C., encontrados en Contrebia Belaisca, cerca de Zaragoza, tres de ellos en escritura paleohispánica, en lengua celtíbera; antes del hallazgo de estos textos escritos largos de Contrebia, el idioma celtibérico era conocido por los topónimos (-seg, -samo, -briga), la epigrafía en alfabetos ibérico y latino, las leyendas funerarias o monetales o las inscripciones rupestres. Pensando en los eslabones de esa cadena que pudiese ensamblar la escritura celta con las primitivas lenguas peninsulares, de las cuales el aragonés es manifestación de gran pureza, me sentí como a caballo entre aquellos tiempos y los nuestros, y reflexioné sobre cómo en todos, los de antaño y los de hogaño, la ficción literaria tiene invariablemente la virtud de permitir que el dragón y el héroe que lo enfrenta se reúnan en un mismo personaje, y con esto me despido ya de ustedes alabándoles su infinita paciencia con mis digresiones, pero no sin dejarles antes un “microejemplo” literario que viene muy al caso de lo que vengo diciendo:
“Anoche vi un monstruo.
Y me asusté de mí mismo”
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