Errático es el mundo, cambiante con frecuencia y sin fundamento; solo así puede entenderse que en el año 844 los vikingos asolaran las costas de nuestra península saqueando ciudades como Gijón, La Coruña, Lisboa y Cádiz; remontando el Guadalquivir hasta Sevilla, en pleno califato Omeya, causaron en aquella ciudad tanto quebranto que Abderramán II dio por respuesta la organización de una gran campaña militar que los aniquilase, para evitar amenazas futuras.
De aquellos normandos, los que no murieron se dice que se rindieron y se quedaron en la zona, dedicados a la cría de caballos y a la elaboración de quesos. Quién sabe lo que el arte ecuestre andaluz puede tener de vikingo en su genoma, ni lo que puede haber quedado entre los alrededor de setecientos habitantes de Coria del Río que hoy se apellidan Japón, de sus ascendientes del Lejano Oriente, que llegaron en el siglo XVII a la gran potencia que era entonces España navegando, río arriba, enrolados en la Embajada Keicho, al mando del samurái Hasekura Tsunenaga. Los cerezos que adornan el pueblo sevillano son un vivo homenaje a aquellos miembros de la expedición que decidieron establecerse allí.
Errar, que viene del latín, significaba vagar o vagabundear, pero también equivocarse. Con ambos sentidos entró en nuestra lengua ya en el siglo X, según Joan Corominas, dando entre otros los derivados errada, erradizo, errante, yerro, errata, errabundo, errático, error, erróneo y los cultismos aberrar, aberrante y aberración. Y aunque errático ha heredado las acepciones de errabundo y cambiante, no significa equivocado, sentido para el que debe utilizarse el adjetivo erróneo: errático viene a denotar un cambio con cierto cariz de impredecible, y aplicado a una persona quiere decir excéntrica o extravagante.
Pero serlo no te hace desatinado, sino distinto. Si navegas por un río con meandros sin asentarte en ninguna parte puedes convertirte en un giróvago: vagabundo o errante y que da muchas vueltas. Pero eso no significa que estés confundido. Nada tiene de malo que tu mente no esté fija, esforzada en mantener un rumbo. Elegir lo impredecible puede dejar tras de ti una estela infinita de imprevista belleza, el espectáculo de los almendros en flor con cada nueva primavera.
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