En estos tiempos, como decía la canción, tan malos para la lírica, en los que tan difícilmente logra esta abrirse paso –y tan fácilmente se confunde, por lo mismo, la cursilería con el amor, la excitación con el deseo y la ripiosa sensiblería con la poesía– la Casa de Aragón de Madrid y la Casa Serbia han tenido el acierto de convocar a varios poetas que, en un acto polifónico, hermoso y valiente como pocos, han cantado a la mujer (la que, como bien señaló el poeta José Elgarresta, es parte de todo ser humano) y por la mujer: por su reconocimiento, en todas sus facetas (y no es la menos amenazada la de “madre”, como bien señaló Dušica Nikolic Dan cuando dijo que, en la sociedad actual, las mujeres resultamos “castigadas”por nuestra maternidad), por la defensa de sus derechos en el mundo. Así, precisamente, con una poesía de carácter social, comenzó este recital con la intervención de Verónica Aranda, quien leyó unos poemas dedicados a las mujeres indias; y continuó con una inmensa Zhivka Baltadzhieva, nacida en Bulgaria, de la que me queda un estremecido recuerdo de su magnífico “Campos”, entre otros inteligentes, sensibles y agudos poemas en los que aborda nada menos que el sentido y la finalidad de la existencia humana. Le siguió en el orden de intervenciones Ramón Yrigoyen, con ese irreverente humor que no se arredra ante nada y que exprime el lenguaje poético hasta sacarle los jugos más coloquiales para recordarnos que “El hombre no curra en casa”; y tras él Federico Leal, homenajeando al prematuramente fallecido Leopoldo Alas con su “A salvo de la furia de los hombres”, nos recordó que las mujeres son, en muchas ocasiones, el refugio o la casa para el hombre, en lo que insistió también el siempre grato a mis oídos Miguel Losada, quien recordando a su madre, “cuidadora del sueño”, decía que era esa persona que siempre estaba trabajando: ya estaba trabajando cuando él se levantaba y seguía trabajando después que se acostaba… Y si el trabajo de las mujeres es a menudo el peor pagado, nos recordó José Luis Pérez Puente que también el de los poetas es de los peores pagados, y quiso rememorar a dos grandes autoras españolas: Amalia Bautista y Gloria Fuertes. Diego Vadillo retrató en sus versos a la mujer de nuestros días, al “Eterno reverso” que, en el fondo, toda mujer es, y Felipe Espílez, magnífico recitador además de versificador, nos leyó un poema no sólo inédito, sino recién compuesto el día anterior, en el que respetuosamente se dirigía a la mujer, con la que anhelaba compartir destino, con el tratamiento de ‘usted’: cortés y –entendí yo– afectuosamente.
Se habló, claro, de amor, como conviene al género poético, el amor impregna sabiamente los versos de la serbia Dušica Nikolic Dan, pero de modo tan íntimamente medido en los versos que leyó José Elgarresta, dedicados a su mujer, quien le escuchaba sentada en primera fila, que a todos nos conmovió, incluso al divertidísimo Yrigoyen que cerró, con una segunda intervención en la que volvió a arrancar las carcajadas –y la reflexión– del público, una sesión en la que la mujer fue arte y parte en pie de igualdad con los hombres: poetas todos, ellos y ellas, uniendo sus voces claras y distintas en una polifónica armonía: gracias, José María Ortí Molés, presidente de la Casa de Aragón de Madrid, por haber orquestado tan melodiosa velada para celebrar este Día Internacional de la Mujer de 2016.
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